

La violencia hacia la mujer está siempre en último lugar en las políticas sociales, lo cual se contradice con las estadísticas que muestran que la invisibilidad de este fenómeno no implica su inexistencia. Por ejemplo, en España, la principal causa de mortalidad prematura de las mujeres, antes que el SIDA, los accidentes de tráfico y el cáncer de mama, es el asesinato a manos de sus parejas. Si bien en el discurso social parece haber una condena unánime a la violencia, las acciones varían notoriamente cuando las víctimas son mujeres o la violencia sucede en la esfera privada. Hay autores que resaltan el efecto que la noción de propiedad privada ha tenido históricamente en el maltrato a la mujer. La mujer, como objeto de intercambio a partir del cual se establecen los lazos y las jerarquías de todas las sociedades, ha sido conceptualizado por la Antropología Estructural de Levi Strauss. Como vemos, la mujer siempre ha ido al lugar de una cosa que pertenece al hombre y que no es dueña de sí misma ni de sus hijos, sobre los cuales legisla el hombre por medio de la patria potestad. Si bien, hoy por hoy, la patria potestad es compartida por hombres y mujeres y las mujeres son libres e iguales ante la ley, el imaginario social sigue regulando la representación “mujer” en función de aspectos retrógrados. Esto es notorio en los espacios laborales, en donde a igual cargo la mujer gana menos, en donde ante la posibilidad de contratar a un hombre o a una mujer, se elige contratar a un hombre.
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